Y entonces, salgo de la
escuela y
siento que puedo hacer –casi- cualquier cosa. Salgo corriendo al metro, apresurado
como
quien no puede faltar a un cita. Y no, la cita no es contigo, y entonces me
reprocho mi cobardía de no invitarte a salir. Sé que no es cobardía es respeto a mí mismo,
porque
si escucho un –no- de tu boca, mi corazón se romperá en mil partículas que
vagaran por el universo de la literatura. Y entonces la gente ya no me leerá,
aunque no estoy seguro
que
me lean, el punto es que yo sólo coqueteo de vez en cuando con la literatura. Yo soy
más bien un
periodista
en formación, o al menos, es lo que me gustaría creer. Y en ese proceso de formación
tú, vuelves
y apareces. Ya estoy en el metro, saco mi IPod, habitante de mi morral Magenta. Me gusta creer que es magenta, porque eso de llevar un bolso “rosa” no
combina con mi personalidad
(de chamo serio) y
mi fanatismo por el rojo.
Pero, un
rojo que a mi se me parece al éxito, a la pasión, a la vida y a la
comunicación. Después de todo, de rojo fueron los primeros trazos en la Cueva
Altamira. ¡Oh sí! Las primeras representaciones icónicas. Y creo que ya te lo
hice saber, soy de los
que
piensa que “una imagen vale más que mil palabras”. Por eso
te dibujé,
o te caricaturicé,
me
gustaría presumir que te inmortalicé.
Y me
gustó lo que dijiste al recibir mi trabajo: “¡Caramba! Pero si aquí me veo más
bonita”. ¡Bingo! Ese era el punto, que
te miraras como te miro yo: bella y autentica, y no tengo reparo en decirlo.
Enciendo el IPod y escucho el acento argentino de Rodolfo, bueno, de Fito.
Fito Páez me transporta a su concierto y yo tampoco sé si es BAires o
Madrid, mientras canta: “El amor después del amor”. ¡Uff! Madrid,
como me gustaría caminar por Madrid en tu compañía, con
mi mano en tu cintura, copiando a tu mano en
la cintura mía,
como diría Drexler. Sí,
se que te gusta Drexler, a
mi también me gusta, adoro su idea de “amar la trama más que el desenlace”. Y
cuando pienso en desenlace recuerdo que, me quedan pocas clases contigo. El semestre, tan apresurado, como yo por llegar a Chacao, y sé que estará cerca
nuestro “adiós”. Pero, por ahora no quiero pensar en despedidas.
Estoy consciente
que aun no he aprendido lo suficiente de ti, ni te he mostrado lo suficiente de
mí, pero juro que estoy en el intento. Voy por Chacaíto y Fito continúa con su
concierto. Presenta –desde el piano-, y con su indiscutible efusividad, a su enemigo
íntimo, y
canta lo que para mí, es la definición del amor: Contigo
. Cierro
los ojos, y al abrirlos vislumbro Chacao. Me bajo del vagón con la misma prisa
que salí de mi amada, de la ECS-UCV. Salgo de la estación, y camino las
cuadras necesarias hasta el San Ignacio. Es el centro comercial que menos
visito, no lo conozco bien. Y allí, en la entrada, y con guitarra en mano, está
mi amigo RoRo. Él
sabe de discos –trabajó en una tienda
de discos de SG-. Además,
como buen caraqueño, se conoce ese lugar mejor que yo.
Me quito los audífonos, pero sé que Fito está cantando “Giros”. Le doy una palmada por la espalda a RoRo. Subimos las eléctricas y allí está, frente a mí, lo que tanto buscaba. Me topo con una vidriera, con una caratula de un hombre de lentes naranjas que con ambas manos se cubre la boca y parte de la cara. El blanco y negro de la imagen logran que el naranja de los lentes resalte, simplemente resalte. Llego a pensar que esa caratula emula un poco a el Grito. Entro a la tienda, Acantus, y por fin lo tengo en mis manos: mis Sueños clandestinos. Esos que te pienso regalar. Por la idea ilusa de que cuando escuches la canción número 7: Siempre la brisa. Confirmes, lo que de seguro ya te supones. Es que le solicitaré a Yordano que me preste su voz para poder decirte: "Ahora sabes que tú me matas".
Elvianys Andrea Díaz
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