lunes, 31 de marzo de 2014

MalaBar

     El “MalaBar” era un sitio de esos, de los que casi nadie frecuenta. Un bar pequeño, con pocas mesas, una barra de madera casi podrida y ambientado por el hedor, el tufo de los baños pestilentes; un bar donde sólo va el borracho a comprar anís, o el viejo verde a beber cerveza barata con alguna carajita que, para su buena suerte, se vuelve mierda con dos vasos de vodka. Un bar donde raras veces puedes ver a personas como aquella mujer de la mesa de la esquina, junto al baño, a la que parece darle igual el olor, que bebe con tanta desdicha  una botella de Blue Label, carísima por demás. Para esas ocasiones, toco mi mejor repertorio. Al tocar “Vision of Johana”, a ella parece sorprenderle, quizás alegrarle. No alcancé a comprender el ánimo en la mirada de aquella mujer esa noche… 

     Un bar de esos, triste, vulgar, una taguara, cualquier vaina pues; ahí, ocurrió algo que no me imaginaba…
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  ¿Cuál es su nombre?
  Alfredo, Alfredo Salazar. Trabajo en el “MalaBar”, el local que queda cinco cuadras más abajo.
  ¿Mesonero? ¿Bartender?
  No, soy músico, señor. 
  A ver, ¿y qué se le ofrece al señor músico? 
 Quiero contarle algunas cosas que han estado pasando, y me tienen un poco perturbado…
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     Tenía ya bastante tiempo tocando en el MalaBar, y ese tipo de visitas no eran normales; lo peor, es que se volvían frecuentes. Esa mujer… En fin, decía que tenía un tiempo trabajando para Lucho, el flaco de la barra y dueño del local, blanco leche, alto, con cara de adicto pero, al final, buen tipo. Tenía otros empleos, pero ese era “el tigrito” que disfrutaba más. Todas las noches llegaba con mi guitarra a ponerle música a los despechos; ganaba poco, quizás nada, y sonará maricón, pero rasgar la guitarra era mi mejor pasatiempo. La música en algún momento fue para mí lo que la gente llama una vocación. Pero también por la música me convertí en un pelabola. Yo sólo quería pegar en la radio, como dirían los Bacilos.

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     Me sonrojé al verla llegar. Alta, trigueña, labios tan carnosos como los de Mimí Lazo pero con la sensualidad de los de Angelina Jolie, cabello lacio que caía hasta su cintura. Su atuendo, atrevido, muy ceñido al cuerpo, dejaba trazar las líneas de su figura: plana de la cintura para arriba, y eróticamente protuberante de la cintura para abajo, sabrán a lo que me refiero. Yo, en ese mismo instante entonaba versos de Buena Fe. Ella pasa y todos se hacen los simpáticos, / desde los más vulgares hasta excelsos catedráticos. / Se va contoneando sabiéndose encima / de un par de corazas para su autoestima. Sin intención alguna, fue como piropearla con esa canción. Me sentí como un albañil sádico, un mototaxista balurdo. Ella me miró y su cara esbozó una sonrisa. Mi cara e’ güevon avergonzado no fue normal. Le menté la madre al dúo cubano.
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  Mira, muchacho, no tengo tiempo, vale. Te equivocaste de sitio. La Iglesia está una cuadra más arriba; y apúrate que el párroco solo confiesa hasta las 4pm. Aquí recibimos denuncias concretas, con pruebas, esto no es “Señorita Laura” o “Caso Cerrado”, no tenemos tiempo. —Fue lo último que dijo antes de marcharse.

     No sabía a quién más recurrir. Si antes pensaba que el sistema policial era una cagada, en ese momento lo corroboré, lo detestaba aún más. Es claro, no tenía pruebas, pero de que el asunto estaba sospechoso, lo estaba. Ya habían pasado tres días sin saber de Lucho. Durante esos días, el MalaBar permaneció cerrado. "¿En qué andaría metido el flaco?", me preguntaba.
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     Se acercó a la barra, saludó al flaco; me pareció que se conocían. Le sirvió un shot de tequila que se tomó de un sorbo luego de lamer la sal de su mano, y después chupó el limón. En ese momento pude ver que de manera discreta ella escribía en una servilleta. "Lucho controló", pensé. Ella se dio cuenta que yo la observaba, y entonces se acercó hasta donde me encontraba. Al tener frente a mí semejante mujerón no pude pronunciar palabra. Sonrió. “Sarissha”—pronunció y se marchó. 
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     Las visitas de Sarissha al bar se volvían frecuentes; no permanecía  más de una hora, pero allí estaba seguido. Una noche se apareció con varias amigas, una catira, bajita pero con par de buenas razones, saben a lo que me refiero; y la otra, blanca, cabello castaño, nada protuberante en apariencia, pero sí que era efusiva. Los borrachos del sitio no tardaron en buceárselas.  Por petición  de una treintona despechada,  yo cantaba al ritmo melancólico de Franco de Vita. Yo pienso que, / no son tan inútiles, las noches que te di. /  Te marchas y que, / yo no intento discutírtelo, lo sabes y lo se. Sin embargo, al verlas llegar en mi mente empezó a sonar “Pasarela” de Daddy Yankee, al mismo tiempo que me  preguntaba qué se traían aquellas mujeres. El flaco las saludó con estruendo. Pude escuchar sus nombres. ¿Sussy y Layla?, me dije. “Hay una cosa que yo no te he dicho aún/ que mis problemas sabes que, / se llaman tú”. Coreaba la treintona, abrazando la botella de ron. Torturaba el reggaetonero: Por culpa de esos cuerpos tan ricos/ me tienen el cuello como un abanico/ de lau a lau. /La acera es tu pasarela/ Lúcete aiie. Tuve la impresión que mi pobre y pequeña tarima iba a ser sustituida por un tubo de striptease. Esa fue la última noche que vi a Lucho.
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     Una chamba menos. Tres días después de mí visita a la estación de policía, el bar aún permanecía cerrado. A nadie parecía extrañarle la aparente clausura del bar, y menos la desaparición de Lucho.
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     Traté de no orinarme en ese momento. Las mismas putas que desaparecieron con el flaco estaban frente a las puertas cerradas del viejo MalaBar. Quise pasarles por un lado sin que me vieran, pero una de ellas, no supe distinguir cuál, pronunció mi nombre. "Maldita sea", me dije. Me estaban buscando. En ese momento me daba por muerto.

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     Desconocían lo que hacía. Para ellas, él solo tenía un pequeño local en el centro de la ciudad. Distribuidor de drogas. Blanco leche, alto, escuálido. La policía allanó su casa seis días atrás. Su guitarrista estaba preso. Me invitaron a formar parte de su equipo. ¿Destino? ¿Buena suerte? No sé como llamarlo. Acepté.
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     Sí, en un bar de esos, triste, vulgar, una taguara, cualquier vaina pues; ahí, ocurrió algo que no me imaginaba…Nació mi oportunidad. Yo, Alfredo Salazar, podría esta vez, poder pegar en la radio.
                                                                                                                    Ambar Almenar

La Despedida


He amado antes, es muy cierto. He besado más bocas de las que seria adecuado contar si mi propósito es mantener mi estatus de dama. También es cierto que no fuiste el Adán de mi Edén. Tú has sido por tu parte un colonizador, un conquistador, quien ha construido y forjado. "El segundo en mi vida, pero el primero en amor", en palabras de Miguel Gallardo. Me he perdido en ojos hermosos, del color de los cielos y de los mares. Te confieso que muero por unos ojos verdes, como los que  amaste tanto y que, de vez en cuando se me escapa un sueño en su nombre. Un nombre que  mis labios no pronuncian, por no ofenderte. He tenido tantas aventuras como sueños, y bien sabes que soy una bohemia soñadora. Pero, no te cuento esto con el fin de vanagloriarme o para presumirte mis encantos (que ya los conoces bien). Si te digo esto, no es más que con el fino y firme propósito de contarte (por si no lo sabes) que aunque antes de ti tuve mundo, sé que después de ti quedaré en la nada. Porque simple y sencillamente  lo eres todo: la sonrisa tonta en mis labios, el rubor en mis mejillas, mi enojo recurrente, y la calidez en mi entrepierna cuando se me ocurre pensar en tus caricias. Te amo con paciencia (te miento), te amo con locura. Lo lamentable del caso es que mis sentimientos por ti son un pecado inevitable que, probablemente ya estaba escrito en el libro de algún autor resentido, que se niega a otorgarnos un final feliz. Y hablando de finales, eso es justo lo que me ha animado a escribirte, en esta -casi inevitable- ocasión.  A ti (al igual que a mi) no nos parecen gratas las despedidas, y mucho menos esas que guardan sabor a “hastasiempres”.  Temía que al comenzar las primeras líneas de esta epístola, la palabra –despedida- se me atragantara en la garganta, y un inminente sollozo me impidiera  hacer lo propio. Vamos a sincerarnos, esto  nunca será una despedida. Me rehúso a ser cliché y decirte que te llevaré en el corazón y en el alma (aunque así lo sea). No te  juraré que no te olvidaré, porque esto no es una canción de Enrique Iglesias. No haré promesas, ni daré mayores explicaciones (bien sabes que no me gustan). Te he dicho tantas veces que te amo, que ya no se me ocurre otra palabra para expresarte lo que me generas y me provocas. Mi amor, mi cómplice y todo, y en la calle codo a codo somos mucho más que dos. Te imploro que no me olvides, que me recuerdes como la mujer que te ama, no más que las otras, pero que te ama. Acuérdate de mi y cierra los ojos cuando escuches la voz añeja de Sabina, recordándote todas las veces que Nos dieron las diez; o cuando te derritas en las melodías de Serrat, pensando en nuestras Palabras  de Amor . No olvides que hubo una mujer  que quiso perderse contigo en Paris, en Tokio, en Caracas, en la ciudad que se te ocurra, pero contigo.


Y aunque fui pareja torpe de tu baile, fui tuya, como solo una mujer enamorada puede serlo. Pero ahora (justo ahora) debo estarme subiendo en un avión, con rumbo a un destino que no es tu corazón. Me marcho feliz, porque tuve la dicha de conocerte, porque te he amado, porque  también me has amado. Me marcho feliz, por la veces que estuve entre tus brazos, y pude comprender que si alguna vez fui bella y fui buena, fue allí, enredada en tu piel. Me marcho feliz, porque he comprobado que  tú, eres lo más parecido a esa utopía llamada felicidad. Y me niego a que se convierta en melancolía. Me marcho sin promesas, sin pedirte que me esperes, que me entiendas y mucho menos que me detengas. Te escribo porque si te veo, sabré que no hay mas destino que el corazón tuyo.  Hasta que tu flash vuelva a alcanzar mi luz.



Siempre tuya(de todas las maneras que una mujer puede pertenecerle a un hombre).

                                                                                                       Elvianys Díaz