El
hecho de que la mente albergue un juicio en el que su dueño confía plenamente
porque considera correcto no es sinónimo de que éste pueda ser expresado fácilmente. Ese proceso
primario e importante en la comunicación: encodificar, traducir en palabras
escritas (en este caso) el bombardeo de información que produce el cerebro
respecto a un tema, no es una tarea
sencilla. Es por ello que expresarse bien textualmente tiene mérito.
Escribir es un acto que implica disciplina, práctica y aprendizaje constante. Es preciso que quien desee hacer buenos trabajos con las letras adquiera el hábito de escribir. Le concierne buscar (y encontrar) tiempo para sentarse a redactar, borrar y volver a apuntar. Del mismo modo, (y esto es tan importante como lo anterior) cada día debe superar los límites de su conocimiento y léxico a través de la lectura. “Para ser un buen escritor hay que ser primero un buen lector”, suele acotar de forma acertada una estimada profesora.
Pero
más allá de las consideraciones formales, en la escritura y en todos los
procesos creativos existe un factor o fenómeno determinante e indispensable,
cuyo valor radica en su autonomía. No se controla. Viene y va
cuando y como quiere: palabras, imágenes, frases, olores, chismes, melodías,
lecturas, conversaciones, experiencias, contactos, caricias... pueden evocar su
presencia y fuerza de forma poco previsible. Lo llaman de varias maneras. Yo
suelo decirle inspiración, musa, destello de luz, tema impuesto... En este
punto vuelvo a la analogía inicial. Después de las 36 semanas de gestación, la
mujer sabe, aunque no precisa el momento exacto, que una contracción le notificará
que es hora de parir. Quien escribe también es consciente de que la inspiración
va a llegar de manera impredecible y contundente para avisarle que es tiempo de
empezar a redactar líneas.
En
ambos casos, la intensidad de los estímulos variará. Subirá y bajará. Será
necesario hacer pausas, respirar profundo, tener paciencia, escuchar consejos
de quienes tienen más experiencia en el área y no desistir. La mujer debe pujar
y recurrir a todas sus fuerzas para traer la criatura al mundo. Al
escritor le corresponde inhalar profundamente y utilizar todos los recursos
vivenciales e intelectuales que disponga para que su texto se materialice. Cada
caso puede presentar diversos niveles de perturbación o dificultad: un cuerpo
en el que una parte de las transmisiones nerviosas están interrumpidas por la peridural no
sentirá el mismo dolor que otro en el que una dosis de suero con pitocín cumpla su
función de aceleración y/o inducción. Del mismo modo que el esfuerzo y las destrezas requeridas
para escribir una cuartilla no son proporcionales a las que precisa la
elaboración de una novela.
Los
dos actores en cuestión quedarán agotados, pero satisfechos por haber creado
vida (las buenas escrituras están llenas de vitalidad por sus características
propias y por su capacidad de provocar efectos). Ambas creaciones deberán
competir con sus iguales, defenderse y sobrevivir al mundo y sus
circunstancias. Para que puedan cumplir
dichas tareas con éxito es imprescindible que su formación haya sido óptima.
Claudia Hernández