jueves, 26 de febrero de 2015

ANALOGÍA

Resultado de imagen para escritura     Desde hace algún tiempo considero que escribir un texto es como dar a luz de forma natural. Se trata de expulsar algo que se lleva  tiempo dentro y que, aunque el cuerpo o la mente han estado en condiciones de alojarlo, debe salir ya. Después de un periodo de nueve meses, en el que un feto ha sufrido múltiples transformaciones, es preciso que el bebé nazca. Del mismo modo es pertinente que un escritor externalice una idea que, luego de cualquier cantidad de tiempo, se convirtió en un criterio y adquirió tal fuerza que produjo en su portador la necesidad de compartirla. Aunque también es posible que surja porque responda a demandas formales: académicas, laborales.

El hecho de que la mente albergue un juicio en el que su dueño confía plenamente porque considera correcto no es sinónimo de que éste  pueda ser expresado fácilmente. Ese proceso primario e importante en la comunicación: encodificar, traducir en palabras escritas (en este caso) el bombardeo de información que produce el cerebro respecto a un tema,  no es una tarea sencilla. Es por ello que expresarse bien textualmente tiene mérito.

Escribir es un acto que implica disciplina, práctica y aprendizaje constante. Es preciso que quien desee hacer buenos trabajos con las letras adquiera el hábito de escribir. Le concierne buscar (y encontrar) tiempo para sentarse a redactar, borrar y volver a apuntar. Del mismo modo, (y esto es tan importante como lo anterior) cada día debe superar los límites de su conocimiento y léxico a través de la lectura. “Para ser un buen escritor hay que ser primero un buen lector”, suele acotar de forma acertada una estimada profesora.

Pero más allá de las consideraciones formales, en la escritura y en todos los procesos creativos existe un factor o fenómeno determinante e indispensable, cuyo valor radica en su autonomía. No se controla. Viene y va cuando y como quiere: palabras, imágenes, frases, olores, chismes, melodías, lecturas, conversaciones, experiencias, contactos, caricias... pueden evocar su presencia y fuerza de forma poco previsible. Lo llaman de varias maneras. Yo suelo decirle inspiración, musa, destello de luz, tema impuesto... En este punto vuelvo a la analogía inicial. Después de las 36 semanas de gestación, la mujer sabe, aunque no precisa el momento exacto, que una contracción le notificará que es hora de parir. Quien escribe también es consciente de que la inspiración va a llegar de manera impredecible y  contundente para avisarle que es tiempo de empezar a redactar líneas.

En ambos casos, la intensidad de los estímulos variará. Subirá y bajará. Será necesario hacer pausas, respirar profundo, tener paciencia, escuchar consejos de quienes tienen más experiencia en el área y no desistir. La mujer debe pujar y recurrir a todas sus fuerzas para traer la criatura al mundo. Al escritor le corresponde inhalar profundamente y utilizar todos los recursos vivenciales e intelectuales que disponga para que su texto se materialice. Cada caso puede presentar diversos niveles de perturbación o dificultad: un cuerpo en el que una parte de las transmisiones nerviosas están interrumpidas por la peridural no sentirá el mismo dolor que otro en el que una dosis de suero con pitocín cumpla su función de aceleración y/o inducción.  Del mismo modo que el esfuerzo y las destrezas requeridas para escribir una cuartilla no son proporcionales a las que precisa la elaboración de una novela.


Los dos actores en cuestión quedarán agotados, pero satisfechos por haber creado vida (las buenas escrituras están llenas de vitalidad por sus características propias y por su capacidad de provocar efectos). Ambas creaciones deberán competir con sus iguales, defenderse y sobrevivir al mundo y sus circunstancias.  Para que puedan cumplir dichas tareas con éxito es imprescindible que su formación haya sido óptima. 


Claudia Hernández 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Pasiones fatales III


  “Un amor por ocultar, 
aunque en cueros no hay donde esconderlo” 
MECANO







Yo siempre lo supe. Aquel día, veintitantos años atrás, sentados en el cafetín de FACES, tuve algún indicio. Lo vi entrando, parecía molesto, aturdido, tras él venía su amigo ¿Germán se llamaba? Apenas me encontró entre el tumulto de gente, que allí converge al mediodía, vino a mí sin siquiera despedirse de su compañero. Yo acababa de dictar mi clase en la escuela de Psicología y, aunque él sabía que almorzaba allí con frecuencia, no esperaba verme. Me saludó, miro el menú, me miró y yo hice un movimiento con la cabeza señalando con la boca en modo interrogativo, pregntando por dónde se había ido aquel muchacho. Hizo un gesto arrogante, no respondió. Notó que sospechaba algo, que me parecía extraña su actitud con su inseparable amigo. Silencio. Paso poco tiempo antes que empezara a hablar: “Nada, no voy a tratar más a ese pana. Es “argolla”, mamá”. Confieso que no entendí el término. Manuelito entendió mi expresión de ignorancia: “Marico, Amanda, es una loca. Lo vi besando a un tipo hoy, después de clase. Menos mal estabas tú por aquí, porque si no me estuviese persiguiendo por toda la universidad. ¿Para qué? ¿Para explicarme su maricura? ¡Qué va!”. No me inmuté; no dije nada, sólo escuchaba y lo observaba detenidamente mientras él seguía hablando, quejándose y, aunque sus argumentos machistas casi me convencen de su homofobia, había un tono melancólico en su voz.

     Eloísa es otro tema. Ella llegó después.

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     Melisa, mi colega, era la que me invitaba a esos sitios. Después de su divorcio empezó a vestir mejor, a tener amigas, a permitirse vivir. Para ese entonces, yo contemplaba la misma idea.

      Los shows travestis eran lo mejor del sitio: las luces, las plumas, las lentejuelas y los tacones eran el centro de atracción. Una noche luego de los tragos y el espectáculo seguimos la fiesta en casa de Melisa, con la reserva de vinos de su ex. Todo se tornó de otro color cuando ella, pasada de tragos, pasaba su mano por mi entrepierna. No dijo nada, no dije nada. Ella lucía diferente, atrevida, sensual. Una tira de su blusa se deslizó por su hombro y su cabello abundante y rizado, como la cantante Karina, le tapaba medio rostro. Subió hasta mi sexo. No hace falta describir lo que pasó luego. Poco tiempo después, para mi suerte, enviudé. Cuando dejé de dar clases, no volví a ver a Melisa.

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     Llegó sola, se sentó en la barra para disfrutar del show. Al reconocerme entre la gente se acercó para saludar. No se sorprendió de encontrarme allí, me descolocó tanta espontaneidad. Yo sólo conocía a la carajita linda del aula de clase en la UCV. Esa noche yo también estaba sola; se quedó conmigo. Bebimos, charlamos. No nos hicimos preguntas sobre el lugar donde estábamos.
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    En mis clases empecé a notarla, me sabía distante. Su comportamiento me hizo saber que, como yo, guardaba el “secreto”. Nos encontrábamos más seguido en aquel antro. Cuando empezó a faltar a nuestras citas no entendí por qué. Me obsesioné con esa carajita. Le pedí que se quedase después de clase con una tonta excusa académica. Ella supo enseguida el motivo por el que la llamé y me dijo: “Amanda, no puedo. Estoy con alguien”. Aquellas palabras fueron un balde de agua helada. Cuando se dio media vuelta, la tomé por el brazo, intenté detenerla. Hizo un gesto de rechazo y exclamó: “Que no soy gay, señora”. Se marchó. No pasó mucho tiempo para enterarme quién fue el monigote que la conquistó.

     A Manuel sí que no podía verlo como mi rival, no a mi hijo. Me alejé.

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     La había esperado todo este tiempo, todos estos años. Por eso, cuando recibí su llamada, no pude negarme. Estuve enamorada de Eloísa toda la vida. La vi graduarse de la universidad, casarse y tener a mis nietos, deseándola todo el tiempo y ella tan distante siempre.

       Esta noche, la encontraré de nuevo en aquel bar que guardó nuestro secreto, que escribió la historia. Esta noche al fin voy a descubrirla, a pasar mi lengua por sus senos rosados, palpar con mis manos cada centímetro de su piel blanca. Y sin arrepentimiento, sin el más mínimo pesar por Manuel que no la supo cuidar y que también tardó tanto para ser él, para sentir,  para ser feliz. Pero no te puedo juzgar, hijo, eres mi reflejo y a partir de esta noche mi sombra, la sombra de Eloísa, el amante muerto, desterrado de mi vientre por no sentir culpa alguna y desterrado del corazón de ella.


     Pobres desdichados que se escondieron. Pobres desdichados que se engañaron toda la vida.


     Te esperé siempre, mi Eloísa.



Ambar Almenar

jueves, 6 de noviembre de 2014

Aros García: fluidez de melodía entre rimas y samples

Ángel García, conocido en la cultura del rap como Aros, es cantante y creador de pistas  de este género musical


Dio sus primeros pasos en el mundo del hip hop al entrar en la adolescencia. El rap norteamericano de los años noventa y el Jazz fueron los ritmos que influyeron y determinaron su inclinación musical y profesional

El rap llegó  de manera avasallante a la vida de Ángel José García Estévez cuando estudiaba los primeros años de bachillerato. Escribir rimas en los cuadernos, cantarlas a  la hora del receso y hacer el sonido de los compases con la boca, se volvieron actividades cotidianas para este joven, conocido en la cultura rapera con el nombre de Aros.

Haber vivido parte de su infancia en una hacienda ubicada en el estado Táchira influyó en la orientación de  sus primeras metas a temprana edad. “Cuando era chamito quería ser veterinario y ayudar a los animales, porque vivía en una finca donde había cochinos, perros, vacas, gatos”, explica. Sin embargo, ese contexto no desplazó su verdadera vocación, el gusto y la  inclinación a la cultura hip hop, específicamente hacia el rap. “Yo era la única persona del estado Táchira que tenía un disco del grupo Gorillaz. Todos escuchaban raspacanillas y vallenato. Recuerdo que  llegó alguien de Caracas con un CD de esta agrupación en el que había canciones parecidas al rap. Entonces me fui guiando por el sonido y me fue gustando”. Fue el punto inicial de su recorrido musical hacia este género: Gorillaz, Eminem, Venezuela Subterránea, Guerrilla seca y Tres dueños.

El joven rapero de 20 años rememora con una sonrisa en el rostro el comienzo de su carrera en el año 2006. Recuerda que en  los primeros años de liceo formó un crew (grupo) con sus compañeros de clase: freestyleaban (improvisaban), escribían rimas sin un sentido social claro y se sentían profesionales. Posteriormente, la práctica y la dedicación al oficio comenzaron a derivar en aprendizaje y  resultados concretos. “En 2009 – 2010 estuve en el grupo Desordenados, un grupo bien conformado. Con la agrupación comencé a formar la carrera que tengo hoy en día y  me fui al mundo del beatmaker”, afirma. Esos años también legaron a Aros su nombre artístico o A.KA.  Éste le fue otorgado por un amigo fallecido, con el que rapeó por primera vez en su vida. “Desde el principio él dijo que mi A.K.A iba a ser Aros. Así ha sido, es y será en su honor”.

“Súbete esos pantalones, córtate ese pelo, ponte a estudiar”, eran algunos de los comentarios que hacían sus familiares al verlo en la movida del hip hop. Pero el tiempo, los toques gratis, “lo que hace todo rapero que comienza desde abajo”, y el estreno de su primer disco en el año 2013, lo hicieron merecedor de respeto por parte de sus parientes, quienes actualmente lo apoyan en todas las actividades que realiza a nivel musical. En los demás aspectos de su vida realiza tareas cotidianas. Se levanta, va a su trabajo de medio tiempo, compra comida, hace diligencias y dispone una buena parte del día para trabajar como beatmaker, creando pistas de rap. Aunque su afición por hacer beats no es igual de intensa todo el tiempo. “Puede ser que este mes no haga ninguna pista. Pero puede ser que mañana me provoque hacer beats todo el día. Cuando empecé hacía  hasta diez pistas diarias”, comenta.

 Sus mezclas se fueron escuchando entre los  artistas del género  y la demanda hacia su trabajo surgió de forma simultánea con el nombre de Aros beatmaker, que lo distingue y diferencia del Aros rapero. El ingreso económico mediante la venta de pistas también varía por temporadas. “Hubo un tiempo, el año pasado y el antepasado, donde todos los días hacía y vendía beats para artistas de rap reconocidos. Esto a veces me da y a veces no”. De hecho, la inestabilidad del mercado de las pistas ha significado la dificultad más notoria que ha enfrentado. “Cuando inviertes todo tu tiempo haciendo beats y nadie los compra es chimbo, es muy fuerte, porque estás sin nada en los bolsillos”, agrega.
   
         El rap norteamericano de los años noventa fue el género musical que lo inspiró a hacer pistas y ha ocasionado que éstas posean un estilo de hip hop clásico, rasgo que  delinea su estilo. En sus inicios sampleaba (tomaba un fragmento musical para mezclarlo) con jazz. Algunas veces buscaba samples de otras canciones y los adaptaba a su estilo. Sin embargo, sus creaciones no siguen un patrón de ritmo cerrado. Al contrario, a Aros le gusta experimentar con los sonidos. Después de sonreír y mirar al cielo tratando de memorizar la anécdota, cuenta que en una ocasión tomo el audio de una entrevista hecha al presidente Hugo Chávez, reprodujo la grabación al revés,  agregó el sonido de un piano y de ello resultó “un sonido extraño, dark, oscuro”.

Su inspiración o musa a la hora de hacer beats no guarda relación con impulsos de ego o intenciones de ser mejor que sus colegas. La motivación se remite más a lo que surja en el momento y a dar con el sonido exacto que haga click en sus oídos. “Es algo espontáneo”, comenta. Su ritual al momento de crear una pista es sencillo y consta de pasos básicos: “Lo primero que hago es sentarme en la computadora y escuchar música que no sea rap. Luego extraigo una parte de ese sonido y lo envío a donde pico el pedazo de sample. Después armo el bombo y la caja y ahí va fluyendo”, explica.


Respecto a las nociones de productor musical y beatmaker, delinea sus diferencias y explica que el primero, aunque debería saber de todo, se encarga de grabar la voz del cantante y mezclarla con los sonidos, mientras que el segundo es quien se ocupa de crear la pista sobre la que se canta.

Por otra parte, tomando como base de conocimiento su experiencia de vida, considera que el apoyo estatal e institucional a los beatmakers a nivel nacional es bajo. Aunque no descarta su existencia. De igual forma, estima que sería conveniente que los hacedores de pistas se organizaran, posiblemente a manera de gremio, a fin de lograr objetivos comunes. Sin embargo, apuesta por el trabajo individual, debido a que delimita estilos. “Ahorita cada MC o cada grupo tiene un beatmaker particular. Es fino que cada quien tenga un sonido especifico”, comenta.

A lo largo de su carrera ha trabajado con varios artistas del género, como Scrop, Flysinatra, Gona, Apache, Nasty Killah, Pandesousa, Soires Naes, entre otros. Pero sus logros actuales no solo se remiten a la creación de beats, sino que también hacen referencia a sus producciones como rapero, debido a que nunca ha abandonado esta faceta. Después de que Desordenados se disolviera como grupo musical y quedara siendo un crew, comenzó a trabajar con su amigo y colega Flysinatra. De esa unión  surgió su  primer  disco 90 y pico y actualmente está trabajando en su segunda producción discográfica titulada  A ere o ese. Vol 1, la cual tiene previsto estrenar en enero de 2015.

Su relación con la música gira casi en su totalidad alrededor de rap. “Soy una persona muy enfocada en el rap. Me encanta escucharlo desde que despierto.  Casi no escucho  otra cosa que no sea rap, reggae y rock”, afirma. Por otro lado, comenta que su motivación personal a la hora de hacer alguna actividad es plantearse una meta y apuntar a lo alto para cumplirla y trabajar para ser bueno en lo que haga. “Ser alguien en la vida con lo que decida hacer”, explica.



Entre Ángel García y Aros las diferencias se desvanecen día a día y los dos personajes están comenzando a volverse uno. “Debido a que soy un MC solista, trataré de mezclar la vida personal (la interpretación de lo que vive) de Ángel García con Aros, para que éste no se sienta solo. Por ello, está empezando a rodar el nombre de Aros García por las redes sociales”.

Este beatmaker – rapero considera que, a fin de fortalecer el rap como movimiento a nivel nacional, es necesario que haya una industria musical estable, en la que a través de inversiones se brinde apoyo a los proyectos musicales de los artistas del género. Al respecto señala que el trabajo de Rap Latino Progress, una asociación conformada principalmente por los integrantes del grupo 4to poder, ha hecho un buen trabajo en este sentido.


      A manera de reflexión, en un mensaje dirigido a quienes no conocen acerca del oficio de los beatmakers, les aconseja tomar cinco minutos para visitar Youtube y apreciar  el trabajo que realizan estos creadores de pistas. Su expresión se torna seria y serena. Entonces agrega un mensaje final dirigido al público en general diciendo: “Confíen en lo que estamos haciendo los beatmakers ahorita. Ya el rap no es para malandros, sino para toda una nación y el mundo entero. Es un género que ahora se respeta”.


                                                                                         
                                                                                                             Claudia Hernández
                                                                                                              @Clau_Hernndz

martes, 28 de octubre de 2014

GISELA KOZAK ROVERO: "La literatura ha sido una forma de vida"

“Es como si de repente se necesitara pensar, tener otro lenguaje para entender qué ha pasado con nosotros", afirma la escritora de Ni tan chéveres ni tan iguales

Por: Elvianys Díaz / @ElviDiaz18

LiberArte está  ubicada en el local número 16 del Centro Comercial Los Chaguaramos. Es amplia, cálida y está bañada por la mezcla de la antigüedad y  el modernismo. La luz es tenue, un aroma a té impregna la habitación. Hay muebles, sofás y, por supuesto, libros de literatura, ciencias sociales, humanidades, poemarios y obras de arte. La banda sonora es un Jazz que lo envuelve todo. Es curioso, aunque el lugar es íntimo y acogedor, da una leve impresión de abandono, me recuerda a mi Alma Máter, la Universidad Central de Venezuela. Entrañable, sí. Pero con esa sensación de deterioro que te hace presentir que, en definitiva, tuvo tiempos mejores.  Allí me citó Gisela Kozak Rovero.

              Para la escritora y narradora venezolana, la literatura ha sido una forma de vida. “Es una forma de estar en el mundo, de pensar el mundo y la verdad es que no me arrepiento. La literatura fue una decisión vital para mí”, relata la también profesora de la Escuela de Letras de la UCV que, además, confiesa que Caracas es una de sus bajas pasiones. “Es como una mujer a la que se adora pero te trata mal”, comenta con un tono de nostalgia y picardía.

Kozak tiene una voz aplomada que deja poco espacio para el titubeo, y una mirada firme que se enternece y endurece, en la misma proporción, cuando le corresponde hablar de su ciudad, una constante en su obra. “Para mí, vivir en Caracas, ha sido  un tino, un destino, una elección, algo que a veces me molesta profundamente, pero es una relación muy contradictoria. Es una ciudad incómoda, peligrosa, dura, pero es mí ciudad, yo soy de aquí, lo que yo amo es de aquí, las cosas que a mí me interesan están aquí”, afirma como quien habla de un amor complicado.

Su prosa tiene el estilo mordaz, crítico e irónico que sólo se puede lograr desde la experiencia y la inteligencia. Ha escrito ensayo, crítica literaria, cuento, novela y artículos de opinión en los que resaltan temas como el feminismo, la diversidad sexual y, por supuesto, Caracas y la situación política y social del país. Su publicación más reciente, de la Editorial Puntocero, Ni tan chéveres ni tan iguales, narra y confronta, con el tono de una conversación casual, estereotipos del venezolano, el culto a lo militar, la gasolina regalada, el menosprecio a lo femenino, la cultura popular y el “cheverismo”.

“Me interesó saber, indagar, por qué, efectivamente, nos consideramos tan ricos, tan igualitarios, no racistas, abiertos. Cuando, básicamente, somos una cultura mojigata que no reconoce las diferencias que la atraviesan y que, desde luego, nuestra idea de la riqueza se contradice abiertamente con la vida de la mayor parte de los venezolanos", explica la autora.

—¿Qué significa ser chévere en Venezuela?
—Cómo vernos como esos sujetos henchidos de placer por la vida, henchidos de plenitud, en estado beatífico de felicidad y juventud eterna. Bellísimas las mujeres, simpatiquísimos los tipos. Además, energéticos, veloces, grandes consumidores de viagra. En un país peligrosísimo. ¿De verdad tu puedes vender, sin que se te caiga la cara de pena, un país como Venezuela cómo el destino más chévere? Esas son preguntas claves. Por ejemplo, ésta mañana Valentina Quintero decía: “En Canaima llegaron haber 100 turistas diarios. Sí, llegaban 100 turistas extranjeros, pero como el aeropuerto está malo llegan 10 o 15 por semana”. Entonces, esas cosas tienen que llamar la atención y yo creo que solamente las libertades de la literatura, el ensayo, la crónica, pueden plantearse esos problemas.

Y, en ese proceso de descubrir “cómo somos", Kozak considera que en Venezuela se está desarrollando un nuevo tipo de escritura, producto de la perplejidad que producen fenómenos como la polarización. "¿En qué momento un país tiene poblaciones que, en sus casos más extremos, parece estuvieran viviendo en dos universos paralelos, en dos planetas? Creo que a todos, de alguna manera, a los escritores y en general, eso nos ha golpeado. ¿Por qué hemos llegado a esto? Yo creo que todos nos preguntamos qué está pasando, y esas preguntas, no creo que no las hagamos de un lado nada más, por más que las explicaciones sean distintas. Además, es muy curioso pero tanto el libro de Héctor Torres, Objetos no declarados, como el mío, son una cosa fronteriza, tiene que ver con la crónica, con el cuento, con chismes, con observación cotidiana, con artículo de opinión. Es como si de repente se necesitara pensar, tener otro lenguaje, para plantearse al país. Y como escritores lo hacemos a partir de la vida cotidiana, de lo que tenemos a mano: ¿Oye, qué ha pasado con nosotros?”

Por lo tanto, la escritora y asesora en políticas culturales, considera que la literatura está tratando de construir un espacio de reflexión sobre lo que está ocurriendo, a través de un lenguaje donde la conversación sea protagónica. Cuando se le pregunta por el futuro de la literatura, sonríe y comenta: “No hay nada más fino, y más elegante, y más cool que estar diciendo que algo se está muriendo. La literatura se acabó, la muerte de la novela. Bueno, la literatura continúa, sorprendentemente, continua”.

—¿La nueva generación de autores venezolanos está reflejando en sus obras la cotidianidad del país?
—Creo, incluso, que a veces demasiado. Pienso, por ejemplo, que existe, en particular en el cuento, una fuerte tendencia a plantearse temáticas acerca de la sordidez, del vacío de la existencia, la droga, la sexualidad como problema, el amor como problema, la vida sin sentido. Es decir, una problemática que viene de un fuerte impacto de la literatura norteamericana, lo he comentado en varias oportunidades, Raymond Chandler, o cierta literatura  sucia norteamericana. Pero que, al mismo tiempo, es toda una manera de vivir estar aquí. Porque además, son escritores de diversas generaciones. Algunos de los cuales son orfebres,  por ejemplo,  Oscar Marcano que es el mayor de toda esa literatura sucia venezolana, y digo sucia en un sentido positivo. Todos esos escritores: Leopoldo Tablante, Carlos Ávila, Enza García Arreaza, en todos esos universos, un mundo que parece inmanejable, donde se vive una gran soledad, un gran abandono, una gran tristeza. Y creo que algunos cuentos de En Rojo caben perfectamente en eso, no lo había planteado pero caben perfectamente en esa onda.  Pienso que de todos nosotros quien ha retratado ese universo con mayor originalidad y ha permitido que asuma un significado más humano y más entrañable es Héctor Torres en Caracas muerde. Creo que es un buen momento para el cuento en Venezuela y hay, de verdad, manifestaciones completamente diferentes. 

—¿Y el tema  del desencanto y la violencia histórica?
—Evidentemente, en Venezuela, hay una literatura fuertemente crítica y sensible a la violencia, se impone el realismo sucio, cosa que no pasa en otra literatura. Pero también hay voces que evolucionaron de ese realismo sucio, es decir,  Postales sub sole de Fedosy Santaella, es un libro muy distinto al de Teofilus. Tenemos el caso, por ejemplo, de Israel Centeno que escribe una literatura sin concesión alguna.

Por cierto, ¿qué es el realismo sucio?
De alguna manera así se llamó a cierta literatura norteamericana que tenía que ver con la violencia, con la marginalidad, etc. Pero es una forma, digamos, de plantear la fuerte presencia que tiene entre nosotros una literatura del varón desencantado, solitario, marginal, borracho, drogadicto, que tiene graves dificultades para vivir su mundo. Y creo, te reitero, es un momento en el que hay muchísimas propuestas, unas más conocidas que otras pero que realmente vale la pena acercarse a ellas. Una literatura que sea capaz de plantearse todos los caminos, no solamente el desencanto varonil y de la decepción, y la marginación frente a un mundo terrible, sino también los múltiples caminos del vivir humano en nuestro contexto. Está también, por supuesto, Sánchez Rugeles, nuestro máximo realista sucio. Él tiene algo que es una cualidad muy importante: puso a leer a gente que no se acercaba a un libro.

Usted los ha llamado la generación Liubliana
—Generación Liubliana, una generación altamente desencantada que se quiere ir del país, una cosa extremadamente dolorosa y tremenda que está ahí. Y que, por cierto, la gente espera que  Sánchez Rugeles un poco exprese  en su vida y en su personalidad eso, pero ese un hombre feliz. Irónico, desencantado, pero feliz. Un tipo que ha trabajado a pulso su cerrera literaria, y me parece muy bien, y ha conseguido, de verdad, que un montón de gente joven lea.

—¿La revolución bolivariana ha influido en la literatura venezolana actual? ¿De qué manera?
Bueno, la primera influencia podría ser de carácter temático, En Rojo, hay cosas de la revolución bolivariana que están presentes. Carlos Noguera ha trabajado algo ese tema. Digamos, eso sería lo más epidérmico. Es decir, que se tematicen asuntos políticos. Yo creo que en lo hondo, toda ésta voluntad de escritura, de indagar a fondo en las llagas, en los dolores y en los problemas de  la sociedad venezolana está vinculado precisamente a esa situación que nos ha puesto cara a cara con nuestro destino cómo venezolanos, estemos aquí o no. Pienso en la narrativa de Méndez Guédez, hay escritores que han tocado el tema. Pero, además, está vinculado a toda una problemática de la diáspora, es decir, la gente que se va. 

—¿Considera qué Venezuela sigue siendo el país que siempre nace?
—Más que nunca, es decir, cada día más. Venezuela tiene un problema y es que tiene que volver a andar lo andado. Es el país inventor del agua tibia. La enorme tendencia del gobierno al inútil ensayo y error.

—¿A cuál género literario se le parece la Venezuela de hoy?
—Sainete con género de terror…

—¿Y a Gallegos con la barbarie?…
No, para nada, esto es… ¿Cómo le podríamos decir?... Un sainete sin humor y pleno de crueldad, eso es. Porque el sainete se define por el humor, pero no, esto  es un sainete que aterroriza, ese es el género de Venezuela.


Gisela Kozak, la escritora

Se formó con los escritores del Boom, de España. “En los años 80, cuando yo estudiaba Letras en la UCV, leí a Vargas Llosa, a Carpentier que me cambió la vida y decidí convertirme en latinoamericanista, leí a Marta Traba, por supuesto a Borjes, a Cortázar, a García Márquez. Una literatura compleja, con un ánimo revolucionario. Eso fue lo que me formó a mí cómo escritora”, relata la autora de Todas las lunas.

Mientras compartimos un té, en los espacios de Liberarte, confiesa que depositó sus utopías y pasiones en Todas las lunas: la música clásica, el erotismo, los clásicos literarios. “El lenguaje te da la posibilidad de conformar un mundo a partir, precisamente, de esas cosas irrealizables”, enfatiza con una sonrisa. 

"Tengo que reconocer que de adolescente y de joven a mí me impresionó muchísimo el neorealismo italiano, de Passolini, de Visconti que ya, además, las veía reestrenadas en el cine de la universidad”. Todas esas películas y autores conformaron un imaginario, unos colores, una manera de ver el mundo, de plantearse  la  literatura como una decisión vital y que constituyen a la escritora de hoy.

Una narradora mordaz que desde la elegancia, la crítica y la ironía, decidió que Venezuela formara parte de su trabajo. "Formó parte de mi trabajo en Ni tan chéveres ni tan iguales, también En Rojo y en Latidos de Caracas. Y bueno, ni hablar de mi trabajo crítico, porque ha tenido que ver en los últimos años con las políticas culturales venezolanas. Pero eso es una decisión personal, creo que la relación no es la misma en todos los escritores. Cada escritor escoge su manera de plantearse su  rol respecto al problema político". 

La obra 

Egresada de la Escuela de Letras de la UCV, Magíster en Literatura Latinoamericana, y  Doctora en Letras por la Universidad Simón Bolívar. Ha publicado: los ensayos Rebelión en el Caribe Hispánico. Urbes e historias más allá de boom y la postmodernidad (1993), La catástrofe imaginaria (1998), Venezuela, el país que siempre nace (2007), La literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (2012), Ni tan chéveres ni tan iguales (2014); el libro de cuentos Pecados de la capital y otras historias (2005); y las  novelas Latidos de Caracas (2006), En rojo (2011) y Todas las lunas (2011).



viernes, 3 de octubre de 2014

Amor que mata

              



          
 Ella nunca estuvo muy bien de la cabeza. Me consta. Y no sólo a mí, sino a mi difunto amigo. Él estuvo enamorado de ella hasta  la muerte, que irónicamente parecía ser la amante secreta de ella. Al final de todo, no quedaba más que  escuchar las suposiciones de cada persona cercana a ellos para tratar de entender qué ocurrió.


           Al parecer ellos se amaban a desmedida, pero las conductas sadomasoquistas en sus relaciones sexuales no los ayudaban mucho. Ciertamente, él siempre cargaba un moretón nuevo y constantemente estaba agobiado por  el dolor, no sólo físico, sino mental. Ni hablar de cuando lo llevamos a rumbear sin el permiso de ella. Fue la primera vez que lo vi tan sonriente tras tantos años de matrimonio (nueve para ser exactos) y vida con esa mujer, pero también fue la primera y única vez que estuve frente a un amigo al que le pegaba su mujer.

           Esa última noche nadie la sabe contar con exactitud. Seguramente para los policías está siendo un problema resolver este caso, en el que hay muchos testigos, pero nadie maneja la información correcta. Es muy confuso. Al igual que Sócrates, un vecino (muy mirón por cierto) que les dice a los investigadores: “Yo solo sé que no sé nada”.

           Por lo que se escucha entre todo el cuchicheo de las mujeres y algunos caballeros del funeral, la es culpa de ella, quien  sólo lloraba para disimular su gusto por la muerte de su esposo. La gente es muy cruel y cuando creen conocer a alguien, son aún peores, porque sienten que pueden criticar a diestra y siniestra.


           Ellos eran muy felices, es todo lo que sé. Y su trágico final no debería ser tildado de homicidio involuntario, sino de suicidio involuntario, ¿quién le mandó a casarse con ella? Con una mujer que come plástico y que él por complacerla se atragantó con una bola del mismo, proveniente de un consolador usado.

                
                                                                                                                    Anónimo

sábado, 27 de septiembre de 2014

PARADOJAS

Son los seres de la oscuridad
que cada noche se despojan de su
piel diurna para deslizarse
por el asfalto capitalino
CARLOS VILLARINO

A mi cómplice favorita


         —¡Acepto!

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        El pasado no existe y menos cuando guarda sabor a fracaso. Es amargo sentirse el perdedor de una contienda, sobre todo cuando ésta guarda relación con algo tan imprescindible en nuestra cultura falocéntrica: la virilidad. Eduardo y su figura de macho bravío habían caído, literalmente, ante los encantos de la seductora piel de Milagros, que había resultado todo lo contrario a su nombre. El destino a veces puede ser cruel y paradójico.

      Ella, una dama de la noche, y él un jeque de ciudad. Porque ante el culto a la nocturnidad las corbatas más elegantes se deslizan como guantes de seda. Somos seres de la noche. Un enérgico compendio de oscuridades y sombras que se mezclan, y se adhieren a la piel de quienes se embarcan en los deliciosos peligros de pertenecerle al éxtasis y al placer de lo prohibido.

          Quizás su mayor error fue toparse con la mujer equivocada. La madrugada se hizo eterna entre la peligrosa amalgama de licor, polvos y deseo. Él la miraba con una inmoralidad turbia de pasión fogoza que nada tenía que ver con su perfil de empresario respetable. La cultura y sus años en la Princeton University se perdían a mil años luz ante la figura de buena hembra de senos firmes, sabrosos y bronceados de Milagros. Ella por su parte se olvidaba del pudor y sus caderas se movían al ritmo de una danza perversa y macabra capaz de engatusar hasta al sacerdote más fiel. “La mujer es el demonio”, dice el refrán popular.

            Era difícil no perder la cabeza ante aquel mujerón. Por lo tanto era comprensible que Eduardo perdiera la cordura, aún estando consciente de que mañana sería su matrimonio. Arreglado, claro está, como todo en su vida. Su compromiso con Isabella era todo un anhelo. Refinada, educada en los mejores colegios de la ciudad, de tez blanca y perfecta. Cursa el séptimo semestre de Estudios Políticos en la UCV, es una oradora impecable, no hay quien le gane en un debate. La muchacha escribe unos artículos de opinión arrechísimos, pero tiene dos secretos. El primero tiene que ver con su padre. El segundo con Antonio Arismendi, su profesor de cátedra, un cronista brillante oriundo de Mérida, que tiene un verbo implacable y, según ella, “escribe cómo los dioses”. Aunque todos saben que esa carrera es un “mientras tanto”, porque cuando se case con Eduardo la tendrá que abandonar. Él no va a permitir que la mujer que lo debe representar ande por allí en jeans y guayaberas gritando consignas en nombre de los menos favorecidos. ¿Qué vaina era esa del feminismo? ¿Qué carajos era ese interés de luchar por los derechos humanos? ¿Matrimonio igualitario para las minorías sexuales? “¡No me vengas con pajas, chica. Marico no es gente!”, solía decirle él cuando tenía unos whiskycitos encima. Y ella se molestaba, porque tenía un carácter que Dios se lo bendiga, y lo dejaba solo. Ya estaba cansada de explicarle, con los mejores argumentos, su compromiso de lucha social. Entonces él compraba un camión de rosas, y se aparecía en la universidad vistiendo una franelita con un árbol que decía: “Salvemos al mundo”, y ella se iba con él tan sólo por evitar que la siguiera avergonzando.

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            —Chamita, ¿entonces te casas mañana?

            —Sí, profe.

        —Coño... Y me disculpas el francés, pero ese tipo que escogiste es un pendejo, muchacha... Tú te mereces...

            —No, profesor, no me diga lo que merezco porque usted sabe que...


            Isabella sabía que a su brillante y admirado profesor le pesaba demasiado la brecha de veinte años que los separaba. “Veinte años no son nada”, dice un tango. Lo que comenzó cómo la más inocente de las admiraciones académicas se había transformado en un sentimiento distinto. Y él, hombre al fin, lo tenía claro. Su experiencia y la mirada vibrante de ella confirmaban el diagnóstico. Para él aquello no era nuevo, todo lo contrario. Sin embargo, con Isabella le pasaba otra cosa, no conseguía serle indiferente, le correspondía en la presencia del sentimiento. Pero se frenaba, porque era un tipo correcto, porque ella era su alumna, porque la edad se imponía, porque en casa lo esperaba una compañera de años, y ella tenía un novio, un completo imbécil, pero era su novio. Y Antonio era demasiado ético cómo para correr el riesgo, cómo para perder la cabeza, cómo para echarse esa vaina encima. Por eso, su romance intelectual no pasaba de eso. Aunque una vez, estando en su oficina, en el departamento de la Escuela, ella lo besó. Fue un beso dulce, casto e inocentón que les quemó la boca. Bendito sea el roce de aquellos labios rosados y sensibles sobre los suyos tan ávidos de ella. Entonces la envolvió en un abrazo, y sus labios se volvieron a juntar. Y se besaron sin pudor, con la torpeza de unos quinceañeros. Se besaron con la rabia de sus años y el tiempo se detuvo. Pero de allí no pasó, y juraron que nada había ocurrido.

             —Antonio, a mí no me importa si esto no es correcto. ¿Sabes que es correcto? Que yo te adoro...

                —Chamita, yo te quiero -interrumpió él. Pero esto no puede ser, perdóname.

             Aquello bastó para que ella no lo olvidara. El placer de la sabiduría en sus labios sedientos permanecía como un tatuaje. Nada que ver con los besos fríos y mojigatos de Eduardo, su novio.


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             —Eduardo...Tengo algo que decirte -susurró Milagros en plena faena amorosa. 

             —Dime, mamacita murmuraba él, mientras la embestía una y otra vez.

           Sus pieles sudorosas de pasión; con aroma a sexo salvaje se rozaban ferozmente. Él ardía, mientras ella estallaba por dentro...


            Sin embargo, aquella confesión hizo las veces de un eficaz coito interruptus. El tono mordaz y cínico, la manera perversa de mover la boca al pronunciar cada palabra. No, no hubo anestesia en aquella revelación que carecía del sentimentalismo que caracteriza a ese tipo de noticias. Él se puso pálido, la erección se desmoronó, y el miembro regresó a su estado pasivo. Se le secó la garganta, lo que le provocó tos. Los ojos se le irritaron y enrojecieron. Estuvo a punto de llorar. O quizás fue la mezcla del escocés con las otras sustancias lo que generó tal reacción. No tuvo tiempo de pensar demasiado. Cayó derribado sobre los pechos de ella. El repique del celular lo sacó de su estado de trance.

           —¡Aló! dijo Eduardo, todavía aturdido.

          —Eduardo, yo no te amo -indicó una voz aplomada del otro lado del teléfono.

           —Pero a tu padre y a su empresa sí -aseveró él.

          Colgó la llamada y desterró de su mente el ataque de sinceridad de su futura esposa. A cómo diera lugar esa boda, su boda, se llevaría a cabo. El acuerdo se realizó hace un año, cuando ella cumplió sus veinte primaveras y su actual suegro le solicitó un préstamo para su empresa quebrada.


  —Tienes que abortar -dijo con un tono inexpresivo, recuperando la conciencia, mientras dirijía una mirada implacable hacia Milagros.

        —No voy a hacer esa vaina... No de nuevo, chico.

        —¡Maldita, puta! Claro que lo harás.

        —¡Pero no podemos matar a nuestro hijo!

       —No me vengas con lecciones de moralidad. Además, seguro esa barriga no es mía -gritó Eduardo, mientras se bajaba de la cama y se ponía el pantalón.

         — No te puedes casar, Eduardo, estoy embarazada de ti - aseveró Milagros.

     —Si tú mujer se entera te botará. Es más, si te empeñas en casarte, mañana me aparezco en la iglesia y suelto la bomba -decía ella, mientras se acariciaba el vientre sudado y desnudo, que hace menos de veinte minutos él besaba, mordía y lamía sin decoro.

        —¿Me estás amenazando, zorra? -interrogó Eduardo, con los ojos ardientes, mientras le sostenía con fuerza la muñeca.

          —¡Ay!, me estás haciendo daño, animal -gimió ella. No importa lo que digas, mañana todos sabrán que la futura madre de tu hijo soy yo.


                A Eduardo se le puso turbia la mirada. La sujetó, una vez más, de la muñeca. Y le atisbó un puñetazo certero al rostro.

           —!No, por favor, Eduardo, no! -suplicaba Milagros, mientras él sostenía con la otra mano una almohada.

              —Ahhhhhhhhh

            Fue lo último que se escuchó la suite 429, de aquel hotel ubicado en una calle de Chacaíto.

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           —¿Y cómo estuvo la despedida de soltero? -preguntó el sonriente padrino de dientes blaquísimos.

               —No hubo, bro -respondió Eduardo

               —¿Y esa cara de trasnocho, picarón?

               —La que debe tener todo el que va al matadero, quiero decir, al altar.

               —Marico, pero yo te mandé a la de siempre...

                —¡Te dije que no hubo despedida, carajo! -gritó Eduardo con violencia.


                La flamante novia de tez blanca y cara de llovizna, no tardó en llegar del brazo de su padre. Y se cumplió, cómo si se tratara de un guión bien ensayado, todo el protocolo de la boda. Hasta que, estando los novios frente al altar, el cura les formuló la pregunta definitiva:


            Mientras tanto, sentado en la ultima fila de la iglesia, uno de los invitados, el profesor Arismendi, lee con disgusto la primera página de La Voz: “Hallan sin vida a mujer en un hotel de Caracas”. La causa de la muerte fue asfixia, y las autoridades manejan la hipótesis de un crimen pasional. Mientras lee la noticia recuerda sus famosas crónicas policiales y carcelarias, y sonríe a medias. Luego recuerda para qué está allí y la expresión de disgusto regresa. Está a punto de olvidar su ateísmo y ofrecerle una velita al Santo que sea para que su chamita no se case.

               —¡Acepto! responde el acelerado novio, con los ojos rojos.

          Es el turno de Isabella, todas las miradas están puestas sobre ella. Su boca se mueve, gesticula, está a punto de emitir la esperada respuesta. Sin embargo, el sonido de una sirena de policía, que proviene de la parte de afuera de la iglesia, no permite que su voz sea escuchada.





Elvianys Andrea Díaz