“Es como si de repente se necesitara pensar, tener otro lenguaje para entender qué ha pasado con nosotros", afirma
la escritora de Ni tan chéveres ni tan iguales
Por: Elvianys Díaz / @ElviDiaz18
Por: Elvianys Díaz / @ElviDiaz18
LiberArte está ubicada en el local número 16 del Centro
Comercial Los Chaguaramos. Es amplia, cálida y está bañada por la mezcla de la
antigüedad y el modernismo. La luz es
tenue, un aroma a té impregna la habitación. Hay muebles, sofás y, por supuesto,
libros de literatura, ciencias sociales, humanidades, poemarios y obras de
arte. La banda sonora es un Jazz que lo envuelve todo. Es curioso, aunque el
lugar es íntimo y acogedor, da una leve impresión de abandono, me recuerda a mi
Alma Máter, la Universidad Central de Venezuela. Entrañable, sí. Pero con esa
sensación de deterioro que te hace presentir que, en definitiva, tuvo tiempos
mejores. Allí me citó Gisela Kozak Rovero.
Para
la escritora y narradora venezolana, la literatura ha sido
una forma de vida. “Es una forma de estar en el mundo, de pensar el mundo y la
verdad es que no me arrepiento. La literatura fue una decisión vital para mí”,
relata la también profesora de la Escuela de Letras de la UCV que, además, confiesa que Caracas es una de sus bajas pasiones. “Es como una mujer a la que se
adora pero te trata mal”, comenta con un tono de nostalgia y picardía.
Kozak
tiene una voz aplomada que deja poco espacio para el titubeo, y una mirada
firme que se enternece y endurece, en la misma proporción, cuando le
corresponde hablar de su ciudad, una constante en su obra. “Para mí, vivir en
Caracas, ha sido un tino, un destino,
una elección, algo que a veces me molesta profundamente, pero es una relación
muy contradictoria. Es una ciudad incómoda, peligrosa, dura, pero es mí ciudad,
yo soy de aquí, lo que yo amo es de aquí, las cosas que a mí me interesan están
aquí”, afirma como quien habla de un amor complicado.
Su
prosa tiene el estilo mordaz, crítico e irónico que sólo se puede lograr desde
la experiencia y la inteligencia. Ha
escrito ensayo, crítica literaria, cuento, novela y artículos de opinión en los que resaltan temas como el feminismo, la diversidad sexual y, por supuesto,
Caracas y la situación política y social del país. Su
publicación más reciente, de la Editorial Puntocero,
Ni tan chéveres ni tan iguales, narra
y confronta, con el tono de una
conversación casual, estereotipos del venezolano, el culto a lo militar, la
gasolina regalada, el menosprecio a lo femenino, la cultura popular y el “cheverismo”.
“Me
interesó saber, indagar, por qué, efectivamente, nos consideramos tan ricos,
tan igualitarios, no racistas, abiertos. Cuando, básicamente, somos una cultura
mojigata que no reconoce las diferencias que la atraviesan y que, desde luego,
nuestra idea de la riqueza se contradice abiertamente con la vida de la mayor parte
de los venezolanos", explica la autora.
—¿Qué
significa ser chévere en Venezuela?
—Cómo vernos como esos sujetos henchidos de placer
por la vida, henchidos de plenitud, en estado beatífico de felicidad y juventud
eterna. Bellísimas las mujeres, simpatiquísimos los tipos. Además, energéticos,
veloces, grandes consumidores de viagra. En un país peligrosísimo. ¿De verdad tu
puedes vender, sin que se te caiga la cara de pena, un país como Venezuela cómo
el destino más chévere? Esas son
preguntas claves. Por ejemplo, ésta mañana Valentina Quintero decía: “En
Canaima llegaron haber 100 turistas diarios. Sí, llegaban 100 turistas
extranjeros, pero como el aeropuerto está malo llegan 10 o 15 por semana”.
Entonces, esas cosas tienen que llamar la atención y yo creo que solamente las
libertades de la literatura, el ensayo, la crónica, pueden plantearse esos
problemas.
Y, en ese
proceso de descubrir “cómo somos", Kozak considera que en Venezuela se está
desarrollando un nuevo tipo de escritura, producto de la perplejidad que
producen fenómenos como la polarización. "¿En qué momento un país tiene poblaciones que,
en sus casos más extremos, parece estuvieran viviendo en dos universos
paralelos, en dos planetas? Creo que a todos, de alguna manera, a los
escritores y en general, eso nos ha golpeado. ¿Por qué hemos llegado a esto? Yo
creo que todos nos preguntamos qué está pasando, y esas preguntas, no creo que no
las hagamos de un lado nada más, por más que las explicaciones sean distintas. Además, es muy curioso pero tanto el
libro de Héctor Torres, Objetos no
declarados, como el mío, son una cosa fronteriza, tiene que ver con la
crónica, con el cuento, con chismes, con observación cotidiana, con artículo de
opinión. Es como si de repente se necesitara pensar, tener otro lenguaje, para
plantearse al país. Y como
escritores lo hacemos a partir de la vida cotidiana, de lo que tenemos a mano:
¿Oye, qué ha pasado con nosotros?”
Por lo tanto, la
escritora y asesora en políticas culturales, considera que la literatura está
tratando de construir un espacio de reflexión sobre lo que está ocurriendo, a
través de un lenguaje donde la conversación sea protagónica. Cuando se le
pregunta por el futuro de la literatura, sonríe y comenta: “No hay nada más
fino, y más elegante, y más cool que estar diciendo que algo se está muriendo. La literatura se acabó, la muerte de la novela. Bueno, la literatura
continúa, sorprendentemente, continua”.
—¿La nueva generación de
autores venezolanos está reflejando en sus obras la cotidianidad del país?
—Creo, incluso,
que a veces demasiado. Pienso, por ejemplo, que existe, en particular en el
cuento, una fuerte tendencia a plantearse temáticas acerca de la sordidez, del
vacío de la existencia, la droga, la sexualidad como problema, el amor como
problema, la vida sin sentido. Es decir, una problemática que viene de un fuerte
impacto de la literatura norteamericana, lo he comentado en varias
oportunidades, Raymond Chandler, o cierta literatura sucia norteamericana. Pero que, al mismo
tiempo, es toda una manera de vivir estar aquí. Porque además, son escritores
de diversas generaciones. Algunos de los cuales son orfebres, por ejemplo,
Oscar Marcano que es el mayor de toda esa literatura sucia venezolana, y
digo sucia en un sentido positivo. Todos esos escritores: Leopoldo Tablante, Carlos
Ávila, Enza García Arreaza, en todos esos universos, un mundo que parece
inmanejable, donde se vive una gran soledad, un gran abandono, una gran
tristeza. Y creo que algunos cuentos de En
Rojo caben perfectamente en eso, no lo había planteado pero caben perfectamente
en esa onda. Pienso que de todos
nosotros quien ha retratado ese universo con mayor originalidad y ha permitido
que asuma un significado más humano y más entrañable es Héctor Torres en Caracas muerde. Creo que es un buen
momento para el cuento en Venezuela y hay, de verdad, manifestaciones
completamente diferentes.
—¿Y el tema del desencanto y la violencia histórica?
—Evidentemente,
en Venezuela, hay una literatura fuertemente crítica y sensible a la violencia,
se impone el realismo sucio, cosa que no pasa en otra literatura. Pero también
hay voces que evolucionaron de ese realismo sucio, es decir, Postales sub sole de Fedosy Santaella, es un libro muy
distinto al de Teofilus. Tenemos el caso, por ejemplo, de Israel Centeno que escribe una literatura
sin concesión alguna.
—Por cierto, ¿qué es el realismo sucio?
—De alguna manera así se llamó a cierta literatura norteamericana que tenía
que ver con la violencia, con la marginalidad, etc. Pero es una forma, digamos,
de plantear la fuerte presencia que tiene entre nosotros una literatura del
varón desencantado, solitario, marginal, borracho, drogadicto, que tiene graves
dificultades para vivir su mundo. Y creo, te reitero, es un momento en el que
hay muchísimas propuestas, unas más conocidas que otras pero que realmente vale la pena acercarse a ellas. Una literatura que sea capaz de plantearse
todos los caminos, no solamente el desencanto varonil y de la decepción, y la
marginación frente a un mundo terrible, sino también los múltiples caminos del
vivir humano en nuestro contexto. Está también, por supuesto, Sánchez Rugeles,
nuestro máximo realista sucio. Él tiene algo que es una cualidad muy
importante: puso a leer a gente que no se acercaba a un libro.
—Usted los ha llamado la generación Liubliana…
—Generación
Liubliana, una generación
altamente desencantada que se quiere ir del país, una cosa extremadamente
dolorosa y tremenda que está ahí. Y que, por cierto, la gente espera que Sánchez Rugeles un poco exprese en su vida y en su personalidad eso, pero ese
un hombre feliz. Irónico, desencantado, pero feliz. Un tipo que ha trabajado a
pulso su cerrera literaria, y me parece
muy bien, y ha conseguido, de verdad, que un montón de gente joven lea.
—¿La revolución bolivariana ha
influido en la literatura venezolana actual? ¿De qué manera?
—Bueno, la primera influencia podría
ser de carácter temático, En Rojo,
hay cosas de la revolución bolivariana que están presentes. Carlos Noguera ha
trabajado algo ese tema. Digamos, eso sería lo más epidérmico. Es decir, que se
tematicen asuntos políticos. Yo creo que en lo hondo, toda ésta voluntad de
escritura, de indagar a fondo en las llagas, en los dolores y en los problemas
de la sociedad venezolana está vinculado
precisamente a esa situación que nos ha puesto cara a cara con nuestro destino
cómo venezolanos, estemos aquí o no. Pienso en la narrativa de Méndez Guédez,
hay escritores que han tocado el tema. Pero, además, está vinculado a toda una
problemática de la diáspora, es decir, la gente que se va.
—¿Considera
qué Venezuela sigue siendo el país que
siempre nace?
—Más que nunca, es decir, cada día más.
Venezuela tiene un problema y es que tiene que volver a andar lo andado. Es el
país inventor del agua tibia. La enorme tendencia del gobierno al inútil ensayo
y error.
—¿A cuál género
literario se le parece la Venezuela de hoy?
—Sainete con género de terror…
—¿Y
a Gallegos con la barbarie?…
No, para nada, esto es… ¿Cómo le
podríamos decir?... Un sainete sin humor y pleno de crueldad, eso es. Porque el
sainete se define por el humor, pero no, esto
es un sainete que aterroriza, ese es el género de Venezuela.
Gisela Kozak, la escritora
Se formó con los
escritores del Boom, de España. “En
los años 80, cuando yo estudiaba Letras en la UCV, leí a Vargas Llosa, a
Carpentier —que me cambió la vida y decidí convertirme en latinoamericanista—,
leí a Marta Traba, por supuesto a Borjes, a Cortázar, a García Márquez. Una
literatura compleja, con un ánimo revolucionario. Eso fue lo que me formó a mí
cómo escritora”, relata la autora de Todas
las lunas.
Mientras compartimos un té, en los espacios de Liberarte, confiesa que depositó sus utopías y pasiones en Todas las lunas: la música clásica, el erotismo, los clásicos literarios. “El lenguaje te da la posibilidad de conformar un mundo a partir, precisamente, de esas cosas irrealizables”, enfatiza con una sonrisa.
"Tengo que reconocer que de adolescente y de
joven a mí me impresionó muchísimo el neorealismo italiano, de Passolini, de Visconti que
ya, además, las veía reestrenadas en el cine de la universidad”. Todas esas
películas y autores conformaron un imaginario, unos colores, una manera de ver el mundo, de plantearse la literatura como una decisión vital y que constituyen a la escritora
de hoy.
Una narradora mordaz que desde la elegancia, la crítica y la ironía, decidió que Venezuela formara parte de su trabajo. "Formó parte de mi
trabajo en Ni tan chéveres ni tan iguales,
también En Rojo y en Latidos de Caracas. Y bueno, ni hablar
de mi trabajo crítico, porque ha tenido que ver en los últimos años con las
políticas culturales venezolanas. Pero eso es una
decisión personal, creo que la relación no es la misma en todos los escritores.
Cada escritor escoge su manera de plantearse su
rol respecto al problema político".
La obra

Me gustó mucho la entrevista, había oído hablar de Gisela Kozak. Creo que la vi en un par de ocasiones, y es de esas personas que inspira respeto y mucho aprendizaje. Nunca he leído algo de ella, creo que ha llegado el momento. Recomiéndame algunos de esos que mencionas allí. ;)
ResponderBorrarHola, Helen, gracias por la lectura... ¡Vaya compromiso! Bueno, la recomendación puede variar según tus intereses. Si la quieres leer desde la ficción, te sugiero la que ha resultado, de su obra, mi texto favorito: Todas las lunas. Si la quieres leer desde el cuento, te sugiero comiences con Pecados de la capital que, por cierto, pertenece a la colección Continentes de Monte Ávila. Ese libro tiene un cuento llamado "Dead Can Dance" que es magnifico. También está En Rojo (son cuentos cortos, una narración coral) allí hay uno que se llama "La pasión". Y, bueno, su más reciente publicación que mezcla el ensayo, la crónica, la conversación cotidiana, ese imaginario de lo que somos como venezolanos: Ni tan chéveres ni tan iguales, ese es un libro muy sabroso. Saludos.
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