martes, 8 de abril de 2014

Más de cien razones, más de cien mentiras

Cuando más perdida me siento recuerdo que existe una canción que desde la primera vez que la escuché se convirtió en mi grito de guerra personal. ¿Guerra? Bueno, quizás “guerra”  es la palabra menos adecuada en este clima inestable, violento e intolerante que impregna nuestro país. La oscuridad se ha posado sobre una Venezuela que, desde hace rato dejó de ser luz. Y la paz, el diálogo, la tolerancia, y la sensatez han pasado a formar parte de un diccionario utópico que, al parecer no está a nuestro alcance. Lo que si está a la vuelta de la esquina es una tipa frívola llamada: violencia. Dicha canción entonces, podría decir que se ha transformado (porque creo que todo se transforma), en mi himno personal contra el desaliento, en mi llamado a continuar y a no desistir. “Tenemos memoria, tenemos amigos, tenemos la duda y la fe, sumo y sigo…Tenemos cenizas de revoluciones”, así lo afirma mi admirado Joaquín Sabina, el mismo que se pregunta: “¿Quién coño me ha robado el mes de abril?”, y vive en el número siete, Calle Melancolía. Y yo lo reitero: “más de cien palabras, más de cien motivos para no cortarnos de un tajo las venas”. Y es que, motivos para continuar sobran, el primero de ellos: ¡Estamos vivos! Después de todo, ese velo fatal e inevitable (propio de nuestra condición humana), llamado muerte, es lo único que no tiene remedio o solución. Para lo demás siempre habrá una forma, una solución, un camino, ¿no? Al menos es lo que me gustaría creer. Llámenme soñadora o bohemia, ilusa quizás, pero yo, sigo creyendo que existe un camino. Y aunque el futuro se ve lejano, poco prometedor y cubierto por las nubes grises de la desesperanza, debemos recordar que existen: "más de cien palabras, más de cien motivos para no cortarnos de un tajo las venas, más de cien mentiras que valen la pena”. Toca repetir la canción a diario, tampoco podemos tirarnos a la desidia. Que tirar sea solo un sinónimo criollo de hacer el amor. Y es que, nos estamos volviendo tan irracionales, fanáticos y apasionados (pero faltos de amor), que hemos perdido (si es que alguna vez la tuvimos) la capacidad de reconocer a la otredad. Y no, no me refiero al “gobierno”, que ya ha hecho muchos méritos por si solo, para que ese título le quede grande. Yo hablo  de ese individuo que tienes a tu lado que respira tu mismo aire, y observa cada día la misma luna que tú, pero que simplemente piensa y tiene una realidad diferente a la tuya. ¿Es qué pensar distinto es un pecado? ¿Acaso los puntos intermedios no son válidos? ¿Es tiempo de sentar posturas radicales? ¿Será tu argumento más valido que el mío? Ese que tiene problemas, familia, trabajo, sueños, que quiere convertirse en profesional. Al que cree, como yo, en la Academia, al que pasa el día pegado a una biblia, al que busca a Dios cuando alza la cabeza al cielo, al que solo cree en la bendición de su mamá. Al Arquitecto que sueña con construir un país mejor, al periodista que aunque suene romántico, pretende ser la voz de los que no la tienen, al abogado que todavía cree en la justicia, que guarda  en su chaqueta  una desgastada constitución. Constitución sabia, con todas las respuestas esa que, muchos nombran, pocos leen, y básicamente, muy pocos (por no decir ninguno) respeta, o se rige realmente bajo su marco.

Estamos viviendo horas tan duras, tan menguadas, que vemos enemigos en todos lados. Sentimos miedo hasta de nuestra sombra, tenemos miedo a que piense distinto a nosotros y que nos apuñale por la espalda. Y es que sentir miedo no es sinónimo de cobardía, al contrario, el miedo es una condición humana. Aunque por allí hay quienes dicen que, “ya nos han quitado tanto que, nos quitaron hasta el miedo”. Y hemos llegado a niveles de incoherencia tan grandes que, parece más lógico lanzar piedras en una calle, que sostener un debate académico. Y sí, yo sé, desde un pupitre no se cambia el mundo (pero te formas para cambiarlo, ¿no?) ¿Qué no estamos en tiempos para la formación? Eso explicaría la falta de raciocinio en el ambiente.  Porque simple y sencillamente, como académica, como estudiante, ando en busca de respuestas. Respuestas a preguntas que todos nos hacemos y que, en palabras de mi profesora de Historia de la Comunicación, a veces solo nos queda tratar de “entender”…Y yo me pregunto: "¿Cual es la labor de la universidad en circunstancias como las actuales? ¿Cerrar sus puertas? ¿Armar guarimbas? No creo, " las Universidades son Instituciones al servicio de la Nación y a ellas corresponde colaborar en la orientación de la vida del país mediante su contribución doctrinaria en el esclarecimiento de los problemas nacionales", así lo reza el articulo 2 de la Ley de Universidades. ¿Y qué nos correspondería hacer como universitarios? "Reflexionar y analizar  la situación-país, opinar, tomar una postura, y hacer lecturas del conflicto porque sino, NO seriamos académicos". ¿Y en qué espacios se debería hacer esto? En la UNIVERSIDAD . Y en medio de este coyuntural conflicto, en el cual, muchos nos sentimos impotentes confundidos, deprimidos, molestos.  ¿Saben por qué sigo asistiendo a clase? Simple, porque yo.  tengo fe en la Universidad, en la  retórica.

 Porque creo firmemente que, un/a profe influyente es él/la que logra que, sus alumnos se enamoren. Sí, que se enamoren de la materia. Que se cautiven a través de su retórica y manera de impartir los contenidos. Pero que, no se casen con el punto de vista que él/ella les enseñe, sino que se abran a TODAS las posibilidades, para que puedan formar sus propios criterios. Porque él/la buen profe, es guía, y brinda las herramientas, para que él/la buen/a alumno/a continúe explorando... Porque sigo creyendo (soy tremenda ilusa), que de todo este caos se puede obtener un aprendizaje. Sí, ya se que me puse a escribir de fe y  no estamos hablando de religión, aunque por allí dicen que el ejercicio del periodismo, en su práctica,  es todo un apostolado. Sin embargo, estoy muy clara, se bien que, no puedo exigirle a una Academia que es (y siempre ha sido) el reflejo del país, que vuelva a una normalidad que,  desde hace rato no existe en esta Venezuela tan fragmentada. Pero simple y sencillamente no podría avalar que mi Alma Mater cierre sus puertas.  ¡Coño! “Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena… ¡Que los que matan se mueran de miedo!”. Es que, me rehúso a cambiar de canción, y de autor, y que con el permiso de Milanés, me toque decir con pesar: “Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Caracas ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada (Altamira (?)), me sentaré a llorar por los ausentes”… Pero de lo que sí estoy segura es de que, “Más temprano que tarde, sin reposo, retornaran los libros, las canciones, que quemaron las manos asesinas, RENACERÁ mi Pueblo de sus ruinas, y pagarán su culpa los traidores…”
 
 
PD: "De la autoflagelación sólo resulta la autodestrucción" 
 
                                                                                                                             Elvianys Díaz

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